miércoles, 30 de septiembre de 2015

Chicos de barrio


Hay un barrio querido amigo (y disculpa que te moleste a estas horas de la noche para contarte cosas que ya sabes), hay un barrio que tiene una esquina aquí, otra por tu nueva casa y otra esquina mucho más al sur.

 El mundo a veces es tan chico... En ese barrio nos movemos nosotros y nuestras pobres almas cargadas de sueños, cariños y esperanzas, en ese barrio jugamos a la pelota, vos, yo y todos los otros, en ese barrio, cuando nos juntamos... "no le tenemos a la muerte"! En ese barrio no faltan las palabras que no tenemos a la hora de despedirnos porque aunque teniéndolas todas, no alcanzarían a completar la primer frase de augurios sin lágrimas. En ese barrio vale barrer la vereda (esto suena a trabalenguas) a los 30, comer hamburguesas, viajar para ver a un amigo, hacer un campamento, el rito del Kuemmerling, levantar la decimotercer copa por los caminantes, buscar a Santelmo en el Palo Mayor y charlar largo tiempo sobre lo pobre de la pesca o escuchar música.

Acababa de llegar de tu casa, sentía todavía el calor del abrazo y la "e" del "hasta luego y suerteee!" resonando aun en mis oídos. Es cierto, no podía dormir, los ojos se empecinaban en una humedad que nacía en la garganta y pensaba en el barrio... en la bóveda de ese azul profundo del cielo cuando yo era chico y no había luz de neón, en el carro del lechero y la admiración de todos cuando hacía el reparto, en la planta de nísperos y en las historias del "Viejo Franco"(Que Dios lo tenga en la Gloria!). Entonces es cuando se me confunden las historias y me encuentro contando... eins, zwei, drei... apoyado contra un paraíso y te veo salir de un escondite detrás del un árbol en una plaza lejana, corriendo, tratando de llegar.

- Salgan... salgan... libré para todos! (Gritabas y bailabas como si fuese el primer amanecer del  mundo) Salgan que tiene que contar otra vez! Salgan...

Algunos salieron rápido, eran los que estaban cerca o muy mal escondidos o los que creyeron que podían corregir algo; Otros salieron con desgano, los que aun mal escondidos sentían pereza y no querían mudarse ni aun frente a las promesas de nuevas oportunidades; Otros, en cambio, nunca salieron, esos fueron los que prefirieron quedarse a llorar solos, escondidos, en silencio. Entendiendo que lamentablemente estas calles no son iguales para todos! Yo los miré y me miro reconocíendome en diferentes oportunidades, en diferentes calles y en diferentes juegos y descubrí que a veces sólo nos toca contar.


Disculpa que te moleste a estas horas de la noche para contarte cosas que ya sabes, pero es que no podía dormir y me vinieron ganas de desearte buen día... de desearme un buen día o buenas noches... El mundo, a veces es tan chico... Ah! 

Néstor Melano (C) 2015

viernes, 13 de junio de 2014

Profesión de fe


Prefiero creer que la luna creció así de grande porque se asombró con la luz de tus ojos y no en que el cielo y el horizonte y no se que cosa del anochecer o la madrugada.

Prefiero creer que el verano llega porque hasta el sol prefiere verte con menos ropas, me niego a eso del eje de la tierra y las órbitas celestes.

Dudo de la lógica de los solfeos y de las notas esparcidas en los pentagramas, asumo que la música intenta imitar tu voz cuando me susurras al oído en la madrugada.

Sé que el tiempo ajusta su paso a tu paso, porque a cada segundo te encuentro con la piel más fresca y el sudor más  perfumado.

Afirmo que es imposible que exista el amor fuera de ti, porque tu alma lo acapara todo y como una diosa griega, lo derramas, cada día en mi copa.

Revuelo de corbatas

            Corrió desaforadamente los últimos veinte…, quince…, diez metros del pasillo, que daba a su lugar de trabajo. Hacía tiempo que sentía ese malestar en la boca del estómago cada vez que presentía el accionar del mecanismo de la puerta del ascensor. La puerta se abriría de par en par y un millar de gentes ya estarían en sus funciones.  Había pensado en usar, como treta, llegar con una carpeta folio bajo el brazo y sin saco, como para no quedar tan evidente. Lo que más le disgustaba era que todo el esfuerzo realizado, todo el empeño puesto, de poco le servían.

            Estaba destinado a llegar tarde, como aquella mañana que subió al subte tan temprano que hasta encontró un lugar donde sentarse, el aire estaba todavía sin enrarecer, salvo, claro, por el calor despedido por los rieles que llevan electricidad. Esa mañana un anciano lo miraba desde el fondo del vagón, nunca lo había visto. Es interesante llegar unos segundos antes de que descienda la marea humana por la escalera de la boca del subte e inunde de almas en pena todo el lugar. El anciano hasta le dedico una sonrisa que él devolvió con alegría. “Este día va a ser distintos”, se prometió, “si viajo sentado no voy a llegar tan cansado al trabajo y no voy a escuchar otra vez las amenazas sobre mi despido y el discurso sobre mi falta de responsabilidad”. Se relajó a la espera de la llegada de la gente, a la llegada de los otros, pobres almas, como la suya atrapada en una rutina por la cual, encima, tuvieron que pelear, golpe tras golpe contra otros sobrevivientes urbanos. Pero no llegaban, el anciano ahora dormía y la jauría no llegaba, las ovejas no aparecían al trote guiadas por el reloj, encaminada por los ladridos de las deudas contraídas. Empezó a inquietarse y miró la hora en el cartel que estaba junto al nombre de la estación, que por cierto era la estación correcta, cartel que estaba frente a las ventanillas de ventas de cospeles, que por cierto estaban cerradas, cerradas como todos los Domingos, día en que todos se quedan en sus casas, con sus familias a descansar y a recuperar fuerzas para volver a empezar la semana.

            En su carrera, rebasó a su mismísimo jefe, a quién salpicó con el barro del charco que dejaba el sangrar de una gotera hacía ya mucho tiempo, tanto como para considerarlo un compañero de trabajo y a la gotera una vieja enemiga.

            Todo el pasillo ya era un revuelo de corbatas, zapatos de tacos y papeles, papeles sellados y cargados por kilos de tintas de todos los colores. Debe ser triste para quién fabrica los tinteros esperando que los use un futuro Jorge Luis, que el mismo termine gastado deshonrosamente en cargos y descargos. Como aquel día que teniendo que archivas un  expediente, le llamó la atención que no estaba con los bordes de las hojas rotas, que las tapas estaban impecables. Entonces antes de colocarlo en el mueble 62 del segundo subsuelo, en el anaquel AW2 y colocar el número de orden 245533 para asentarlo en el libro de índices, antes de todo esto, hizo lo que nunca había hecho antes, se sentó a leer su contenido. Un juez de la corte, desarrollaba en prolijas 438 páginas, foliadas, membreteadas y cocidas a mano la desestimación de un juicio político en su contra ya que, justificaba el alto magistrado, como él era quién decidía sobre la conducta de los demás los demás no tenían autoridad alguna para decidir sobre la valides o nulidad de su propia conducta, entonces solicitaba se enjuicie a quién pretendía enjuiciarlo y que si bien la tarea de su enjuiciador era hacer juicios, no era conducta conveniente cuando esta tarea se desarrollaba en perjuicio de un alto magistrado y alto funcionario o cualquiera de sus afectos más cercanos, ya que por cierto, ya los habría haber enjuiciado el mismo magistrado o funcionario y lo debería de haber librado de toda culpa y sospecha lo que lo mantenía en su influencia personal pese a lo actuado.

            El aire de la respiración se le entrecortaba por el esfuerzo, pero la visión de la puerta al fondo del pasillo lo alentaba, sentía sin embargo, a cada paso, lo débil de las suelas de sus zapatos y pensó que ya no brillaban como su primer día de trabajo.

            “Si”…. Se dijo…. “Recuerdo cada detalle de ese día”. Creyó, al abrirse la puerta del ascensor y ver tanto apuro y tantas caras de preocupación, que todos deberían de ser personas importantísimas para la sobrevivencia de la ciudad que los empleaba. Sabía que él desempeñaría lo que algún trasnochado podría calificar como una tarea menor, pero el mismo Máximo Onagnaz, había empezado cobrando los alquileres de unas pocas propiedades y ahora, era un importante asesor de la presidencia, tan importante era, que nadie sabía a ciencia cierta, sobre que asesoraba a la misma o que días realizaba esta tarea y mucho menos en que lugar. Algún día - se dijo - yo también tendré mi oportunidad… entonces empezó a caminar por entre los escritorios rumbo a la escalera que lo llevaría a su primer paso a la gloria.  Sintió correr un aire helado al pasar junto a una silla donde se distendía un joven sonriente, este, se dijo, debe haber ganado un importante litigio a favor de la comuna, debe estar pensando en lo bien elaborada de la estrategia usada o en los miles de conciudadanos que se beneficiaran con su accionar, entonces con el mayor respeto que pudo poner de manifiesto le preguntó porque se encontraba tan contento.

-          Es que este trabajo me permite hacer lo que más me gusta hacer –Respondió después de pensar unos segundos el sonriente joven
-          Y qué es lo que haces? – Preguntó pensando que sería un buen ejemplo a seguir.
-          Nada… No me han asignado ninguna tarea todavía – Y luego de escucharse a si mismo dejó de sonreír, cruzó sus brazos sobre el escritorio y entornó los parparos.

            Todavía con la respiración entrecortada, se paró abrupto frente a la puerta de la oficina, sacó un pedazo de tiza del bolsillo de su desgarrado gabán y escribió con trazos firmes: Si uno llega primero no puede  haber llegado tarde, como una rama no hace ruido si cae en la soledad del bosque, como que uno no puede quedar asombrado a plena luz del sol si no hay nadie que le pueda hacer sombra, como no se puede ser pobre si nada le falta aunque nada tenga, como…

            Así continuó escribiendo una y otra de las puertas del pasillo y luego las paredes y las persianas de las ventanas y el cielo raso y el piso y así prosiguió con los otros pisos del edificio y con la fachada del mismo, la calle y los bancos de las plazas. Las autoridades esperaban que este fuera un brote pasajero y observaron bien que la actitud no se contagie, así crearon el ministerio de lo que se puede y no se puede pensar, otro de lo que se puede y no se puede hacer y otro… y otro…

            Cuentan los empleados más viejos que cuando su jefe llegó finalmente a la puerta del fondo del pasillo, sacó de su maletín una tiza color rojo y escribió la frase que aún se lee al pié de la misma: “Estas despedido”.

            Es cierto que dicha frase se encuentra allí, pero también es cierto que muchos sostienen que la historia es sólo una leyenda urbana, o que al menos eso dicen, las autoridades del ministerio, que se debe decir.

Broncemia


Nunca me preocupó la idea de “pasar a la posteridad”, no creo que tenga mucha importancia que dentro de cien años alguna calle lleve mi nombre o una rotonda, en medio de la montaña, tenga enclavada en estatua mía. Gesto augusto, los ojos perdidos en el horizonte, el brazo en alto señalando el rumbo a las jóvenes generaciones. Toda una sanata. Los jóvenes del futuro ignoraran toda la historia y vivirán sus días con una actitud fundacional que los llevará al fracaso una y otra vez hasta que dejen de ser jóvenes y entonces empiecen a reconocer al filósofo, al historiador y al estadista que debieran haber entendido, cuando jóvenes, para no cometer, la serie de troperías que cometieron, en  nombre del bien común y en beneficio del bien propio. Igual que nosotros.

Cuando uno enferma de broncemia los síntomas son devastadores, no tiembla el pulso al firmar el manifiesto más prosaico, ni balbucea al contradecir lo principios y banderas sostenidas hasta momentos atrás.

La broncemia ataca y deja un tendal de amigos, familiares, amores y honores desparramados por el piso. Estimo que la broncémia puede ser propia o ajena, es decir, a algún desmadrugado le agarra un ataque y sale a repartir bustos y estatuas de un conocido o  pariente… digamos de su padre y espera, a partir de esto, heredar las virtudes del mismo, reformando dicha transferencia con el uso de la ropa del mismísimo difunto, que seguramente no se ofenderá ni alegrará ya que no se enterará de nada, espero, porque tendrá otras cosas mas interesantes que hacer en el más allá. Lamentablemente la experiencia me enseña que los hijos de los grandes estadistas terminan pareciendo grandes tontos a la luz de sus difuntos padres, y alguno, incluso, ni siquiera necesitan de tal luz para lograr el contraste.

Chan. Chan.

Después de este tango, volvamos a mi no preocupación anterior y cuando digo: “anterior”, no me refiero al párrafo anterior, sino, a mi aptitud anterior, porque debo confesar, que después de ver las obras de ciertos escultores, brotó en mi una rara preocupación respecto a la fidelidad de los rasgos de los próceres a los que solemos dar loas en reuniones y fiestas patrias… sea cual sea la patria del oyente (lector) y sea cual sea el tipo de fiestas a las que suele concurrir.

-         “Si voy a pasar a la posteridad”, me dije, es preciso que mi imagen sea fiel al original, no por inmortalizar mi belleza… (Léase esto con tomo sarcástico), sino, por no gastar los dineros de los ajenos, en una obra que para mi no tendrá ninguna importancia y encima, ninguna similitud. Entiéndase entonces que ningún artista, que se empecine en inmortalizar mi imagen, está autorizado a forzar simetrías, borrar marcas de nacimiento o hacerme posar sobre un caballo alado con tres patas en el aire.

Me preocuparé, en los días subsiguientes, en la paga de un artistas que pueda hacer una copia de mi persona, para que dicha figura sea tomada como modelo para cualquier obra que no se construya y con la única pose en la que seguramente me reconocerían mis amigos, es decir, con una copa de vino en la mano. Es lamentable, que dicha obra nunca verá la luz, salvo, que con el pasar del tiempo yo, como un rinoceronte errante por la plaza, también me enferme y me crea un niño bien.


jueves, 2 de septiembre de 2010

El problema de los coliflores

Cuando fuimos a buscar los pollos al gallinero que se encontraba en el fondo de a casa de la abuela, nos dimos cuenta de que algo no estaba del todo bien. Ese manchon rojo en el pasto, la ausencia total del trinar de los pájaros y ningún perro dando saltos a nuestro alrededor a la espera de algún hueso, ni siquiera de los veía cerca. Miré el cielo creyendo que en ese reflejo plomizo encontraría alguna señal no sé de que cosa, en realidad algo percibía en el aire, en el silencio, pero aún sin darme cuenta.

En este pueblo nadie cría aves de corral, ni siembra, el humo de las locomotoras deja una ceniza cargada carbón sobre la tierra. Piense sencillamente en cultivar coliflores en esas condiciones y vender en el barrio a un peso cada uno, la fama de los coliflores y la escasa habilidad de Cari para vender, hace imposible pedir mucho más por ellos. Por eso tan vez nadie se había dado cuenta de lo que estaba pasando, nadie había salido a ver los gallineros o a revisar los surcos de tomates, ni de coliflores caros. Nosotros percibimos el aire pesado y Cari no soportó el peso de la pala, no se si fue el peso o qué, pero la dejó a mitad de camino, entre el álamo más grande y el alambrado de la primera chanchera, cerca del Peugeot que hacía años ya no funciona.

El frío me picó con alfileres en las manos y la cara, entonces tomé la bufanda y la apreté fuerte contra el cuello y la nariz, creo que eso fue lo que me salvó, va, eso creo… me parece, vaya uno a saber realmente como se dan estas cosas, uno piensa en lo más reciente cuando en realidad por ahí viene de lejos, de una semana o más para atrás dicen algunos… pero tampoco es seguro, son habladurías.

El hecho es que íbamos caminando bajo la tormenta (que no era justamente una tormenta, era el cielo plomizo) y Cari había dejado la pala (cosa que no me había llamado la atención, Cari no es muy amigo de las palas, recién ahora lo pienso), recuerdo que pasamos junto a los surcos de los coliflores (no voy a sembrarlos más… ¿Quién quiere pagar más de un peso cada uno? No… no es negocio, tendremos que charlarlo y dedicarnos a otra cosa de una buena vez por todas) que están justo antes de llegar a los pollos, cerca del Peugeot, los pájaros no se hacían notar (generalmente los pájaros no cantan de noche) y los perros dormían, fue justo en ese momento cuando Cari estornudó –Me resfrié (digo Cari). Si (dije yo) mientras me preguntaba: ¿Qué mierda es esa mancha roja?

Los cordones de mis zapatos


Cuando me levanto muy temprano intento no hacer ruidos para que Alicia siga descansando, debo reconocer que en esto no soy muy efectivo ya que termina levantándose y preparando un café que casi nunca pruebo y que, sin embargo, ella insiste en dejar sobre mi mesa de luz, mientras yo termino de anudarme los cordones de los zapatos, con un nudo que aprendí de chico y que no es igual a los que comúnmente hace la gente; creo que si un día tuvieran que reconocer mi cadáver podrían hacerlo por el nudo de mis zapatos, eso, claro está, siempre que mi cadáver se encuentre con zapatos y estos a la vez se encuentren con los cordones atados y que sea necesario apelar a este artilugio para el reconocimiento de mi cadáver por haber muerto inconvenientemente sin mis documentos en las manos. Mis cordones podrán ser ignorados en el caso de una muerte tan discreta o en un estado tan prolijo que cuando los amigos y nuevos deudos se acerquen a mi féretro exclamen: “pero si está igual… quién diría que está muerto? Si yo justo ayer... etc., etc., etc.”.
Lo cierto, ahora, es que el pobre café se quedará olvidado y sólo, enfriándose ante la inadvertencia de quienes pasan a su orilla … justamente como si se tratase de un cadáver dejado sobre una mesa, que, aun en medio de los recuerdos y anécdotas de los deudos ya está siendo olvidado y va ganando, grado a grado, la soledad más absoluta de la que uno puede ser dueño, la soledad de la muerte, esa de la que me adueño tirado, ya de espaldas, sobre esta mesa, mientras veo pasar a los inadvertidos que, tomando sus tazas de café casi frío, caminan, o con cara de circunstancia, se paran desconsolados, o no, a mi lado.

martes, 6 de julio de 2010

Sábados de sol


- Si algún día llegase a tener dinero, sin tener la necesidad de salir corriendo a pagar deudas, completaría mi biblioteca personal con todos los libros que he leído prestados o en bibliotecas públicas. Por ahora me conformo con los pocos que voy acumulando gracias a libreros de usados y a los aaaamiiiigooos. Lo comento porque se acerca mi cumpleaños, no por otra cosa.
- ¡Si, viejo, pero es hora que te acuerdes para mi cumpleaños que quiero cambiar el auto hace ya algún tiempo (todos rieron)!

Hace poco, no sé bien la causa (creo que debido a un ataque mezcla de contabilidad y literatura) el número llegaba exactamente a muchos, pero como siempre, en contabilidad, el “haber” resulta poco.
Recuerdo que cuando estaba en esa tarea me resultaba difícil alcanzar los tomos de la colección de “Jorge Luis” (así lo llamo ya que lo tengo de amigo) sobre una silla, medio en puntas de pié y con los brazos estirados uno de ellos cayó de pronto entre mis dedos. Sí, esa fue la primera oportunidad.
Al principio resultó extraño, pero luego me acostumbré y realmente resulta cómodo. Basta mencionar a Fierro para que se pose sobre el escritorio el tomo encuadernado en cuero con ilustraciones de Castagnino, luego les enseñe a jugar a las adivinanzas y hoy basta decir por ejemplo: lunfardo, cueva, policías y tengo a “Memorias de un vigilante” girando alrededor. También juego a inventar y al principio se nota un sordo cuchicheo, hasta que se dan cuenta y es el tomo A de la colección de diccionarios el encargado de darme algunos golpecitos en la cabeza a modo de penitencia.
He notado además que han cambiado de posición y no respetan el orden lógico (a mi entender) dado en un principio. ¡Se sorprenderían de ver quienes conviven en el tercer anaquel sobre la punta derecha! O los que terminaron uno cerca de la ventana y el otro cerca de la pared opuesta!
Me encanta decir palabras como: hombre, justicia, verdad y observar como se empujan para ponerse delante de mí. Yo los conformo abriéndolos a todos y repasando algunas líneas de cada uno.
Los sábados de sol les digo: ¡Bueno chicos, a sacarse el polvo! y se llena la casa de aplausos de hojas, eso sí, a los estantes los tengo que repasar yo por más que les hable!

martes, 1 de septiembre de 2009

Nono ahorrativo


Cuentan que cuentan, que en el campo donde vivían mis abuelos, el “vecino rico” poseía una “radio capilla” que prendía al atardecer para escuchar una radionovela de terror cuyo libretista era (ni más ni menos que…) Narciso Ibáñez Menta (1912-2004); a la gala acudían unos pocos selectos que se sentaban reclinados frente al modernísimo aparato y compartiendo una botella de grapa, que pasaban de mano en mano y que seguramente habría destilado artesanalmente alguno de ellos, escuchaban sin hacer ruido el desarrollo de los acontecimientos. Recordaba mi abuelo cómo aparecían gestos de disgusto cuando algún perro callejero (o debería escribir campero) ladraba a la luna en medio de la reunión provocando la pérdida de alguna frase. En mi imaginación aparecieron las primeras figuras sombrías, mis primeros cucos, fruto de tales relatos. Un día, cuando ya había llegado a perder el miedo al cuco para hacerme de miedos a cosas más reales y cotidianas, le pregunté a mi abuelo: “Nono… porqué no subían el volumen de la radio para no perderse ninguna frase de las novelas?” El Nono sin dejar un momento que pudiera sembrar dudas me contesto:”No querido… la radio cuanto más fuerte, más electricidad gasta”.

miércoles, 21 de enero de 2009

Más allá de los cinco kilómetros


De pronto, caminito de hormigas, las palabras fueron apareciendo sobre el papel y terminó enviándole una carta. Trató de explicar lo mejor que permiten las palabras esta situación nueva, tuvo que plagarla de neologismos, onomatopeyas y frases del tipo “es como si fuera x pero no es x, más bien es y”. Terminó exactamente como esperaba no terminar. La culpa es mía… no suya… es mejor que suceda ahora.

La respuesta no se hizo esperar mas que lo que se hacen esperar las cartas que llegan vía aérea, en esos biplanos que arrojan los sacos con los sobres de correspondencia desde el aire, en los pueblos que no hay preparados, todavía, lugar para aterrizar. No me cabe duda que un día estos aparatos bajaran y subirán desde cualquier lugar de cualquier aldea y uno no tendrá más que acercarse a uno de ellos y apoyando inclusive una máquina de escribir sobre sus alas llenará un formulario o algo así que saldrá volando al instante para ser entregado, por monedas, al otro lado del mundo.

“No. Usted está equivocado, yo también soy culpable. Mabel”

Volví de mis sueños de alas de aviones con máquinas de escribir al tintero y garabateé oscuras luciérnagas sobre la blanca noche del papel.

“Necesito saber si está usted bien, si lo ocurrido, si es que ocurrió algo, no afecto en forma grave nuestra situación. Sea usted tan amable de contestarme, al menos unas pocas palabras. Gracias.”

“Yo también soy culpable. Mabel”

Ahora una araña, una araña gigante que teje y entreteje sobre los papeles y los sobres, sus patas trazan líneas de tinta azul perlé. Èl intenta mirar más allá de sus cinco kilómetros, eso sólo lo logra el corazón… ella se encuentra mucho más lejos, donde ya no hay latidos.

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Néstor Melano (c) 2009

domingo, 21 de diciembre de 2008

Con la cabeza en otro lado.


Siempre me costó creer en santos que nunca se equivocan y en los que rezan un rosario para pedir perdón por haberse tirado un pedo. Así, mi galería de santos se encuentra plagada de ladrones, malcriados y tipos de la peor calaña.

Esta vuelta tuya se nos hizo corta y nos quedamos con la nostalgia de un último asadito, será por eso de que andas con la cabeza por estos lares aunque te encuentres por otros mares. Eso de tener la cabeza en otro lado, también me ha sucedido y recuerdo que trajo algunos problemas. Yo desde chiquito era consciente de esta situación, pero siempre trataba de mantenerla oculta a la vista de los demás, hasta que una tarde al entrar a la cocina después de jugar en la vereda, mi madre me gritó: Pero Néstitor! ¿Dónde tenés la cabeza? ¿No ves lo que haces? Creo que fue por la fuerza de la costumbre, pero recién ahí me di por enterado que había dejado la cabeza jugando con mis amigos y que el resto de mi cuerpo había respondido al llamado materno para tomar la merienda. Uy! – pensé – ahora se pudre todo, como me descuidé de esta forma ¿Cómo le explico a mis viejos esta moda mía de andar por ahí sin cabeza sobre los hombros? O mejor dicho entre los hombros. Pero mi madre no me dejó seguir con los pensamientos y prosiguió su cantinela: - ¡Claro, al señorito lo único que le interesa es jugar con sus amiguitos! - ¡Fue Mónica!, intenté decir como para correr el eje de la situación, ¡Sí, fue Mónica, mamá! Pero no sirvió de nada. Acto seguido se abrió la puerta del frente, la que daba a la calle, dejando pasar a Juancito al grito de: - ¡Néstor, tomá, atajala! Y salió corriendo. Yo me fui a la pieza en silencio, ya que ese era el reto de costumbre, una vez ahí me tiré en la cama y metí la cabeza debajo de la almohada no sin antes sentenciar: - Te quedás ahí hasta que me despierte, he dicho!

Mientras tanto, afuera, hacía calor.

Historia - Julio Cortazar



lunes, 8 de diciembre de 2008

Migrañas hogareñas


Se sentó de golpe en la cama, todavía sentía el cuerpo bañado por una transpiración gomosa. La luz le latía en las sienes y los ojos… como brazas. La frente caliente y el estomago en la garganta. Le pesaba la base del cráneo y los más remotos ruidos de la calle le resultaban escandalosos, ahora el escape de un auto…, ahora una frenada…, ahora la aceleración… la calle aunque lejos, pasa por medio de la pieza.

El ventilador de techo metía aire caliente en los pulmones (mientras cantaba el cri, cri de su cigarra eléctrica) y la luz, siempre la luz como un fuego… el dolor chorreaba finalmente por los oídos.

Las paredes y el techo estaban cubiertos por hormigas que impedían ver con definición los adornos colgados, los contornos se entrefundían.

La sangre fluía lentamente por las venas y hacía presión en las muñecas.

Los párpados, piernas y brazos… los párpados, piernas y brazos como plomos.

Con tanto ruido cuesta pensar, hablar es un triunfo…el espacio es un cubo gelatinoso…

- Necesito agua fresca.

Otras veces discutieron así, pero nunca con esa ganas tan violentas, por suerte ya todo estaba bien, todo se había tranquilizado, ahora solo quedaba ese dolor de cabeza…

- Necesito agua fresca, mojarme la cara.

Por suerte el resto había sido solo un mal sueño. Se levantó pausadamente, sentándose previamente en el borde de la cama, prendió la luz que todavía lo hería, se refregó los ojos, se tiró el pelo hacia atrás y se sorprendió al ver el cuerpo tendido en el suelo.

Una mujer a lo lejos


Una mujer a lo lejos, puede enamorarnos por la figura de su busto… o de sus piernas. Por la estreches de su cintura o el movimiento de su pelo. Una mujer a lo lejos, puede enamorarnos por inalcanzable, por su ausencia. Por la insinuación de su sonrisa o el destello furtivo de sus ojos. Por su caminar o su quietud, por alejarse más o por la sensación, casi mágica, de que se aproxima.

Pero atención, cuidado! Una mujer cercana, sencillamente y sin excusas… puede enamorarnos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

El tazón de leche


Entre las cosas que más recuerdo de aquella casa no es justamente la casa sino, el fondo. Todavía la ciudad usaba esos espacios verdes al frente llamados jardines donde los dueños sembraban begonias y margaritas para envidia de las vecinas. El fondo en cambio era para envidia de los íntimos.

- Mire Don Isino, mire que linda vino la radicha! - Mientras aprolijaba el filo de la azada con la que había limpiado el surco.

- Si, pero lo va a comparar con la criolla que hay en casas… vamos…

A mi, ni la radicha ni la lechuga criolla me importaban mucho, lo que siempre me maravilló fue el gallinero. El abuelo José tenía un espacio único, más acá, cerca de la casa, estaba el ponedero. Blanqueado a la cal por dentro y por fuera, nidos armados de material con paja siempre seca y limpia, piso de ladrillo siempre recién barrido y sobre el techo de chapa una frondosa y tupida enredadera para mantenerlo fresco. Ese, era justamente el lugar de los gatos y cuando digo gatos, señor! Hacían honor al plural! Nunca supe cuantos eran, pero subían y bajaban del techo permanentemente, blancos, negros, pardos, manchados, grandes y chicos. Verano e invierno la peregrinación felina atestaba su propia autopista en busca quién sabe que vituallas. La protección a tales animalitos era proporcionada por mi madre, mi padre, creo, los soportaba como parte de la misma casa.

Un día noté que un gato gris en medio de la autopista saltaba hasta la mitad de la pared y volvía a caer al piso desde donde observaba, este es el policía de tránsito, me imaginé. La idea me divirtió tanto y la acepté tan naturalmente que comencé a observar delicadamente cuales eran las posibles infracciones que pretendía sancionar. La autopista tenía cuatro manos, dos en cada sentido, una reservada para las gatas y los gatos pequeños y la otra para los gatos jóvenes y adultos. Los gatos adultos nunca rebasaban a los gatos jóvenes y todos respetaban la pausa que se imponía el alcanzar la carga del techo o el piso para mirar y decidir el nuevo rumbo. Estas normas nunca eran alteradas salvo por los saltos del gato gris que a esta altura ya había degradado y había vuelto a ser una incógnita. ¿Qué pretendía? ¿Por qué se comportaba así?

El sábado me levanté muy temprano, justo cuando mamá prepara los tazones. Pasé por la cocina corriendo y salí al patio sin hacer caso a los gritos que me advertían sobre el desayuno y que estaba esa edad en que tenía que no se que cosa con no se que cosa… en fin… El gato gris… el gato gris… pensaba, quería encontrarlo al inicio de su frenética tarea de saltimbanqui autopistero y allí lo encontré. Ya estaba abajo, al pié de la pared del ponedero cuando el ruido de los cacharros de leche produjo la avalancha de gatos rumbo al patio, el gato gris los miraba inmóvil, ningún salto, ninguna reacción que recordase su comportamiento desordenado y arrebatado. Después de la leche, de los ronrroneos entre las piernas de mi mamá y las caricias de ella a esa masa de ronquidos y colas. Comenzó el regreso al sol de la mañana, al paseo entre los surcos de las siembras del abuelo José y ¿Yel gato gris? Volví mi atención corriendo hacia él y nada, quieto, mirando la pared.

- Michi, michi…

Caminé lento con el brazo estirado hasta lograrlo acariciar, creo que ninguno de ellos jamas me habían regalado tal derroche de refriegas, atrapaba mi mano entre las garras sin llegar a clavar sus uñas para que no la retire y pasaba su lengua por mis dedos mientras se estiraba sobre su espalda, en eso llegó mi mamá.

- Tom… pobre Tom…

Y le dejó un tazón de leche, en ese instante creí entender.

El domingo me levanté más temprano que el día anterior, fui hasta el galpón donde se guardaban las herramientas y comencé a cavar un pozo cerca de las radichas, después caminé hasta el ponedero. La mañana siguió abanzando.

- Tom… Tom… no viste al gato gris? No vino a tomar la leche…
- No mamá, debe haber subido al techo.

Le dije mientras terminaba de aprontar la tierra, con la azada, entre los surcos.
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Nèstor Melano
2008 (c)

viernes, 17 de octubre de 2008

Alcides


Después de matar los tres toros, la cabeza me iba de un lugar para otro sin que pudiera hacer nada por detenerla. Me eché al refugio de un álamo para esperar que la vista vuelva a su normalidad, pero el estómago sugirió incorporarme de golpe, una extraña sensación subió hasta la garganta y los músculos del pecho sintieron un empellón, la convulsión llegó a su fin, quedé agotado. No todo terminó tan rápidamente, hubiera necesitado un sueño reparador entre medio, aun contando con todas las fuerzas, este había sido un trabajo devastador, ahora quedaba el regreso. Agradecí a los gemelos por haberme exigido en su momento, la mañana se presentaba tan diáfana como un vidrio recién trapeado. La noche se alejaba como el humo de una locomotora sobre el cielo y despido con un saludo a lo lejos a mis cumpa. Tres tristes tigres… tres toros tonto… tampoco tengo tiempo… no, no tengo tiempo de sobra, y encima este dolor de cabeza que no me abandona.
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Néstor Melano 
(c) 2008

domingo, 12 de octubre de 2008

viernes, 19 de septiembre de 2008

Olvido y resurección


Había olvidado lo mucho que extrañaba estar aquí. Sentir el frío en la cara, el aire crudo entrando en los pulmones, el sabor húmedo en la boca, el verde profundo en las retinas. Cierro los ojos y llevo las manos a mi cabeza, ¡Son enormes! Con los ajos cerrados veo mi cabeza diminuta entre los dedos, mis manos son yo y no quiero abrir los ojos por miedo a desaparecer, a enfrentarme con mi absoluta nada frente a la montaña. Así con los ojos cerrados me veo apoyar la cabeza contra el vidrio de la ventana, la nieve cayendo en la playa y la espuma de las olas denunciando que más allá de la noche existe un cielo y existe una tierra. Las lágrimas rompen en mis mejillas como las olas, en el frío de mis mejillas, el aire sale entrecortado de mis pulmones y un sabor salado llega a mi boca. Abro los ojos y el negro de la noche invade mis alma y el blanco de la nieve invade mis pensamientos… había olvidado lo mucho que extrañaba estar aquí.

Miro mi copa, el güisqui se niega sisar el hielo, por el espejo de la ventana veo una mujer que me mira y piensa que estoy tan solo como el hielo de mi copa, duda entre acercarse o permitir que la noche y los fantasmas terminen de hacerme hilachas.

- Es raro ver nevar en la playa (No me mira a la cara para no poner en evidencia mi llanto o su curiosidad) Es una noche muy particular no?
- El frío eleva el espíritu, llama al silencio, si en el Infierno hay fuego y el Paraíso debe haber nieve, será una duda que tendré por toda la eternidad. (La miré a los ojos, no tenía porqué sentir vergüenza).
- Bueno, aquí nadie parece preocupado por ganarse el cielo, diría que todos creen estar en el!

Era cierto alrededor todos parecían divertirse como si no existiera otro momento antes ni después, como si esto fuera en realidad la vida, como si afuera no nevara en la playa y la noche no fuera fría y la espuma de las olas no denunciasen que existe una delgada línea entre el cielo y la tierra.

- Pero tú y yo no somos ángeles (La mujer pasó sus brazos por mi cuello y apretó un cuerpo contra el mío) todo tiene precio esta noche, nada pasa milagrosamente en este Edén.
- Tal vez hasta los demonios necesiten sentirse menos solos en una noche como esta?

El café del desayuno del hotel esta quemado.

- Flavia (dijo asomando los ojos marrones por el borde de la taza que cubría su boca. Boca que ya conocía demasiado).
- Es cierto?
- Si, claro que es cierto, me llamo Flavia, no hay necesidad de mentir, tu te iras seguramente en unos días y será lo mismo decirte cualquier nombre a decirte el verdadero. Me invitaras a almorzar?
- Decía que es cierto, que es raro ver nevar en la playa. Me invitaras a almorzar?
- ¿Cómo te llamas?
- Me iré seguramente en unos días y será lo mismo decirte cualquier nombre a decirte el verdadero.
- Cuando era niña tuve un amigo que se llamaba Julián. ¿Qué haremos hasta el almuerzo Julián?

Los dos mentíamos, ella esperaba que me valla y yo esperaba encontrar una razón para no irme. Almorzamos en una estancia en el valle y luego caminamos esperando que no llegue la tarde. Ninguno preguntaba, era como si todo lo del otro ya fuera conocido desde siempre. Las sombras comenzaron a alargarse y los minutos comenzaron a convertirse en una amenaza parecida al silencio, al frío.

Alguien de la estancia ofreció alojamiento para pasar la noche y eso confirmó que al menos amaneceríamos otra vez juntos.

A media mañana golpeó el servicio y dejamos que dispusieran de la pieza. Nos enteramos que un micro partía y sin consultarnos supimos que debíamos volver a la ciudad. Es grotesco como los sucesos se encadenan para llevarte por los caminos que no quieres recorrer, como el tiempo se acelera cuando no puedes tomar libremente la dedición que deseas.

La Terminal de Ómnibus estaba repleta cuando llegamos, nos acercamos a una ventanilla y saqué un pasaje para esa noche. A Flavia se le acercó un grupo entre risas y saludos, yo la esperé unos pasos más atrás. Cuando volvió junto a mi me besó en la mejilla.

- No me llamo Flavia.
- En eso estamos a mano.
- Me hubiera gustado que te quedes.
- Me será difícil quedarme solo con tu recuerdo.
- Recuerda que viste nevar sobre la playa.

Alcanzó al grupo.

- No te olvides de llamarme! (Me gritó mientras se alejaba).

Caminé hasta el bar y pedí un güisqui, miré sin beber el hielo. Había olvidado lo mucho que extrañaba estar aquí. Caminé para sentir el frío en la cara, el aire crudo entrando en los pulmones, el sabor salado en la boca, el verde profundo en las retinas. Llegué al correo, pedí una guía telefónica y me puse a marcar todas las Flavias del lugar.
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Néstor Melano
2008 (c)

Cuatro vueltas


La moneda está en medio de la calle, esa es una situación total y aparentemente inocente, pero es mi única moneda.

Se me deslizó por un agujero del bolsillo del pantalón justo en el momento en que pretendí tomarla. Estuvo allí todo el día, más aún, desde ayer exactamente. Yo sabía que estaba allí, lo tenía muy presente y no pensaba gastarla hasta que no fuera absolutamente necesario. Medité largo tiempo sobre hacer uso de ella en esta oportunidad, tan largo tiempo como son largos los tiempos cuando el tiempo disponible para tomar una decisión es nulo, pero la acción de tomar la moneda no fue automática, fue reflejo de una urgencia, fue incluso con la consciente alegría de no haberla usado en otra oportunidad más vana o más egoísta o más provechosa en lo personal. La historia me ha enseñado que por aquí el ahorro no es la base de la fortuna, más bien la fortuna es hija de actos que de hacerlos me quitarían el sueño en su mayoría. Pero en esta oportunidad estaba totalmente seguro que si bien esto no iba a contribuir a mi fortuna personal, ni a saciar ninguna de mis necesidades más inmediatas, era menester hacerlo, por eso saqué la mano del bolsillo de mi viejo abrigo y no me quejé cuando el frío hirió mi piel, levanté el saco para poner al descubierto la abertura derecha del pantalón y llevé primero los dedos, seguros, luego toda la palma de la mano en busca de la única moneda atesorada. El peso denunciaba su presencia, irónico pensé, el peso del dinero siempre hace sentir su presencia, no siempre para bien, pero el peso de su ausencia para algunos resulta ser terminal. Trabajo acumulado decía la definición, esclavitud en cuotas, hambres debidas, vidas postergadas, consciencias de jabón. Y ahí me encontraba yo, en ese instante en que uno cree que está por cumplir su íntima venganza contra el sistema, una venganza sin víctimas, una venganza realizada en el altar de su propio pellejo, holocausto silencioso, personal, reivindicativo de nuestra propia incapacidad de no poder hacer algo más. El poder debe llegar con cierta cuota ineludible de ceguera, la ceguera debe ser la antesala de la traición. Pero allí estaba, a punto de tomar la única moneda, rocé su canto rugoso, sentí su aspereza recorriendo mi pierna, el clin... clin... sobre el cemento, su silencioso rodar por la calle, pude contar, una... dos... tres... cuatro vueltas antes de caer de plano.

La miramos. Nos miramos con el pibe, la rueda del acoplado le pasa por encima y desaparecer de nuestra vista.

- No pibe, no tengo más.

Me cree, el pibe me cree y a los dos nos corre como una angustia por la cara, no es llanto, es como una forma de angustia.

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Néstor Melano
2008 (c)

jueves, 18 de septiembre de 2008

Don Espada


Don Espada, ah! Si… claro. Si me parece estar viéndolo. Creo que ya por aquel entonces no quedaban muchos personajes de esa calaña. Siempre sentado sobre una banqueta mitad tronco, mitad cuero; aunque debo confesar que lo vi sólo una vez en mi vida, lo que hace, desde mi punto de vista un siempre rotundo. Bueno decía, fue para mi verlo y creer que si el Viejo Vizcacha no fuera un personaje de José Hernández, ese que se encontraba frente a mi era el mismísimo Viejo Vizcacha.
La razón de mi visita al “Destierro”, era conocer o reconocer a mi padrino que por aquellos tiempos ya se encontraba medio ciego y se movía poco de la estancia, según comentaban. Después de presenciar una parca charla entre el padrino y mi padre mi paciencia me llevó a recorrer el patio, piso de tierra, sombra fresca de parra que terminaba al sur en la piecita del Lalo y al norte en el molino. La casa daba la espalda al Este desde donde llegaban las tormentas y las pestes. Del interior de la casa no recuerdo mucho, no tengo nostalgia alguna ni del olor a pan en el horno, ni del dulce de leche casero, ni de la nata de la leche recién ordeñada con azúcar, nada de eso… las paredes del patio alguna vez fueron pintadas de marrón o de rosa y las ventanas de verde, eso me parece, el perfume era ese que trae el viento cargado de arena en las tardes de calor en el campo cuando uno debería estar durmiendo la siesta o habiéndose criado en la ciudad, haberse quedado en la ciudad por más Lalo que se mueva poco ahora y su poca visión, después de todo que tenía que ver yo? A si, claro… ya se, no me lo recuerde.
Debajo del molino, como parte del mismo, rodeado de perros, armando un cigarro, descubrí a Don Espada y sostengo que fue un descubrimiento, nadie lo mencionó, él tampoco se hacía notar y me acerqué con el miedo propio de un chico de diez años a un fantasma. - Así que vos eras él famoso, che? Me preguntó mientras echaba un perro flaco que olía sus pies. Yo no pude contestar nada, tercio porque no supe si lo de famoso era un halago o un insulto, tercio porque no sabía que contestar y tercio porque justo en ese momento pasó al paso un caballo llevando un peón que al grito de: Güena, Don Espada! Me informó del nombre de mi interlocutor y me quitó el alma del cuerpo al punto de ponerme blanco y tieso. - Ta´ que sos sonso, asustarte por un grito! Vení, vení, acercate, che. Y acomodó un tronco cerca del suyo a manera de invite.
Me deslumbró una cicatriz que naciendo por sobre el ojo izquierdo le atravesaba la ceja del derecho y bajaba por la mejilla hasta el cuello, el corte era prolijo, ciertamente no se trataba de un desgarro. Mi vista no se podía apartar de ella, se notaba que había sido cocida sin mucho cuidado y con hilo muy grueso, el más farragoso de los sufilados hubiera sido preferible, los puntos que sostuvieron la herida tomaban dos o tres centímetros, en forma irregular, a un lado y otro del corte, además no habiendo tenido mucho pericia tampoco coincidían exactamente los lados del corte de su posición original dando la impresión de una camisa mal pinzada (no se si los detalles son claros, pero los años pasado al lado de mi madre, escuchando las conversaciones con mi tía, ambas modistas, me impiden definir lo visto de otra forma).
- De mozo, resulté muy buscado por las mujeres, no se bien porque, siempre fui feo y medio mal llevado. El asunto es que esto no me hizo muy querido por todos y siempre aparecía algún salame pensando que ganaba algo si yo perdía un poco. Así aprendí a usar el cuchillo, por pura necesidad y para sacarme los borrachos que no se resignaban de su suerte o de la mía. Un día llegó al rancho un tal Pedro, al que le había dado unos puntazos en un boliche unos meses atrás y pensé que mi buena estrella se había acabado, ¡Este se trae un chumbo!, me dije, pero no. El hombre se acerco y sin sacarse el sombrero ni bajarse del caballo, me dijo: Elisondo! (No le digas a nadie, pero ese en mi verdadero nombre) Te traje un regalo, yo me voy del pueblo y te quiero dejar esto para que no te olvides de mi. El cristiano tiró al piso un atado de trapos y salió al paso, yo me quedé mirándolo ir… armé un cigarro mientras pensaba que sería eso que me traía el pobre antes de irse. El atado era fino y largo, atado con unas lonjas de cuero y adentro tenía un facón.
No había sido un gran enriedo, yo le había bailado la chinita sin saber nada de las guampas del pobrecito y el pavo medio chupado me arremetió como una locomotora. Casi ni vi al principio el cuchillo, pero nadie se envuelve el brazo con el poncho para agarrarte a golpe de rebenque. Lo mío fue un esquive y bueno… tres puntazos en el lomo, cortos, rápidos, creí que poco profundos, como para que se deje de hinchar no más, no sea cosa que suceda una disgracia.
Lindo el regalo, la hoja como de quince pulgadas. El fierro lo habían sacado de algún sable roto del ejercito, según un pedazo de leyenda que el herrero no había borrado, creo que apropósito para darse gala. La cruz en u invertida, del mismo acero. El cabo y la funda, con una filigranas en alpaca, unos arreglos de plata y unas piedritas rojas, seguro que lo había robado a alguno pensé y me meto en un lío. Mejor lo consulto al Cervino en la comisería. Pero no, - No ché, que yo sepa… nadie tiene uno así. ¿Y porqué decís que te lo regalo? Uno nunca tiene que decir todo lo que sabe para no pasar por estúpido pensé y me volví pal rancho.
El sábado salí bien empilchado, justo antes de subir al moro me acordé del regalo y me dije que era lindo, que no iba a mencionar de donde venía.

 – Es un regalo de un viejo amigo, les digo sólo eso y ténganse por bastante informados.

Días después me estaba tomado la última grapa cuando me puse de pié pa irme y sentí el grito a pocos pasos:

 – Elisondo! – Era el Pedro, el mismo poncho, el mismo arrebato y un mar de sangre me tapó los ojos.

Cervino, hizo lo que pudo y gracias a él me acomodó la cara un poco, según el médico que vino unos días después me salvó la vida.

- Tenía un puñal, Elisondo, un puñal cortito con botón redondo, mango de alpaca.
Lo dejó tirado antes de salir al galope.

- Los buscamos unos días pero no lo encontramos Elisondo, creeme que lo buscamos ( ripetia el Cervino como pidiéndome perdón).

- Disgraciado, ni alcancé a desenvainar.

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Néstor Melano
(c)2008

sábado, 13 de septiembre de 2008

11 y 11



11 y 11. El viento recorría la cubierta de proa a popa, detrás del barco la estela de desperdicios de pescados atraía los albatros y a unos zancudos que no sabía identificar a la distancia. Hacía frío y sus manos estaban duras a pesar de los guantes. Por estas latitudes el reflejo del sol, cuando la tormenta lo deja ver, se torna molesto y nunca deja llegar la promesa del calor. La tripulación iba y venia ocupada en las redes, los cestos y las sogas, él observaba desde lejos, no sólo me sentía ajeno a aquello, también lo era, su espíritu estaba ciertamente en otras extensiones, concentrado en otras penas.
Mientras trataba de coordinar los movimientos del barco con los de la marea, posó los ojos en el horizonte más allá de los toneles blancos y naranjas de los botes salvavidas (ojalá nunca sean necesarios pensó inconscientemente). El problema no es la distancia, es el tiempo, es el otro lugar.
Los hombres habían entrado ya en ese período de silencio que marca la rutina, ese silencio molesto que hace que cualquier diferencia sea disputa. El silencio ayuda a creer que no se está allí, que todo es un juego de la imaginación o del sueño y que en pocos momentos se escuchará la voz esperada que nos lleve a la vigilia y con ella al calor de seres queridos. Por esta razón el cerrar los ojos y abrirlos, cara al viento, esperando despertar.
Si el tiempo sigue así la pesca va a ser un fiasco y sin trabajo los muchachos... estos pensamientos lo volvieron al lugar, lo sacó del enésimo repaso, palabra por palabra, de la última discusión en tierra. Del análisis puntilloso de las palabras conocidas de cualquier idioma que pudieran dar una idea, aunque sea aproximada, de aquella angustia, de aquel dolor. Lo robó del estudio de un nuevo ideograma, mezcla de montaña, insulto y llanto, que pudiera describir esos sentimientos. El mar es como un vientre, un atanor donde se funden los metales más oscuros con las tierras más preciosas, el tiempo da lugar a la memoria y el olvido nunca llega. Pese a todo se mantenía desvelado, como un gallo que esperaba ser presentado en la peana para el sacrificio.
Miró la bitácora y creyó necesario hacer algunas anotaciones, no las de usanzas, otras... indicar los tonos del negro del cielo, del gris verdoso del mar, del gusto salado del viento y sobre todo del silencio, del silencio cuitado de los hombres de a bordo.
Otro sacudón le hizo desviar la mirada, el olaje era permanente, especuló sobre necesidad de un mascarón de proa que diera cuenta de las transformaciones reinantes, que sedujera a Nereidas y Sirenas, porque sus cantos serian menos peligrosos que aquella soledad sin rumbo, a prueba de sextantes y compases.
Bajó creyendo ir a su camarote pero terminó mirando los hombres en el comedor, rostros bronceados sobre las paredes blancas y amarillas. Las miradas en los platos humeantes de caldos y verduras. Las manos como en un ballet desordenado interrumpido por el corte de los trozos del pan. Algún murmullo sordo, indefinido, venía desde una dirección imprecisa, no supo si allí reina el sigilo o si la insonoridad era parte de él. Los miró uno por uno como queriendo recordar cada arruga de sus caras, cada tajo de sus labios partidos por la sal y el viento. Los vio y se vio, estudio sus penas que eran sus penas. Pensó en volver al puente pero en la cubierta se apoyo en la borda, miró la tormenta a los ojos y lloró.
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Néstor Melano
2008 (c)

jueves, 11 de septiembre de 2008

Nostalgias


Un campamento es una metrópolis de lona, con una economía hecha de gentilezas, con una justicia a base de corazones. Empieza cuando alguien tira la idea y en nuestro espíritu se enciende ese carboncito que arderá tímido hasta la primera noche de fogón, bajo las estrellas, que estalla en colores y calores sorprendentes. A partir de allí, téngase cuidado, aníñelo cada mañana y arrópelo hasta la noche, si esta tarea se realiza bien crecerá hasta que finalmente dentro de muchos años, una noche sentado junto a sus nietos les contará:”una vez… yo fui a un campamento, que era como una metrópolis de lona, que tenía una economía hecha de gentilezas, con una justicia a base de corazones”.

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Néstor Melano
2008 (c)

El límite del universo


En realidad me cuesta creer que se trate de una cuestión humana, dudo seriamente de la existencia del mundo antes de las diez a.m.! Cuando suena el despertador, sin abrir los ojos, asomo lentamente un dedo por entre las sabanas hacia el espacio en busca de algún vestigio de la creación. Temo cuando realizo estas mentales exploraciones cósmicas, por que sé que caigo en la inevitable trampa de agrandar lo creado con cada paso que doy sobre la nada, entonces pienso en cómo saltar la frontera de cuarenta y cinco mil millones de años luz sin salir de mi cama, sin extender un milímetro más de lo necesario mi ya helado dedo. Por que reconozcamos que en agosto, a las 6 de la mañana, además de inhumano es frío, muy frío por estas pampas! Esto de levantarse temprano sin duda tiene que haber sido invento de un Contador Público o de un Economista, no me caben dudas, sólo de alguien sin corazón, alguien que te informa sobre la quiebra indefectible de tu empresa o de inconmensurables ganancias con la misma cara de póker pudo legarnos el invento catastrófico del reloj, esa caja cuyos engranajes trituran nuestros días y nos corroen imparables entre brillos de rubíes pulidos por sabe Dios quién diablos. Mi dedo regresa al calor de la cama disfrutando de su primer victoria, No! No ha palpado nada! (¿O aquí debería decir dedeado? Bueno no importa.) El mundo aún no existe, la creación es todavía un acto en potencia de mi voluntad no cumplida. Debo mantenerme en el esfuerzo y no abrir los ojos, impedir que mis oídos reciban algún murmullo que a mis narices llegue alguna fragancia que denuncien tostadas, café con leche, jugo de naranja recién exprimidas, dulce de tomate o cualquier otra porquería con las que nos tientan para cometer ese pecado de la invención matutina. Claramente la noche fue pensada por Dios como su aliada, por eso durante ella se puede contemplar la mayor parte de su creación, qué es el Sol contra la infinitud de estrellas de la vía láctea? Que es ese pálido celeste del cielo durante las primeras horas contra el intenso azul petróleo de media noche? Vamos no sea macachón! La mañana es una basura, irritante luz amarillenta cayendo por entre las nubes o entre las ramas de aquel abeto desde un molesto circulo petulante que no permite que uno lo observe libremente! Escarcha abigarrada en cualquier charquito de la vereda lista para dar su zarpazo a cualquier desprevenido transeúnte, para que este zacate!, plaz!, caiga con toda su dolida humanidad contra el mundo! Y? Y que tiene ahora para decir a favor de la mañana? Eh? Vamos! Ah! Claro se queda callado... ja! La mañana trajo el pecado al mundo, después de la primera de ellas el hombre corrió al manzano tentado por la mujer, tentada por la serpiente, tentándola con una, a la vista, apetitosa fruta. Que distinto hubiera sido de mantenerse la noche, la mujer hubiera estado durmiendo plácidamente, seguramente después de haberse escusado con Adan por algún repentino dolor de cabeza, la fruta no se hubiera visto tan apetitos, sólo una pequeña bola negra de pendiendo de una aún más negra fronda de un más negro árbol. Además… de noche, la mayoría de las serpientes descansan. ¡Minga de pecado original!, estaríamos en el paraíso, no tendríamos necesidad de ir a trabajar y mucho menor de levantarnos a las seis…
El frío del bronce del picaporte de la puerta de la oficina hizo tremolar mi mano.

- Buenos días… (La voz todavía me salía lastimando la garganta)
- ..nos .. ías (Llegó desde alguno de los escritorios)

- Má sí… mañana van a ver… agarro y falto!

Les grité desde el umbral de la puerta, pero nadie me contestó, creo que todos estaban medio dormidos.

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Néstor Melano
2008 (c)

La Efinge


Eesta soledad no creo que finalmente de ningún resultado. Este capricho de Hera es odioso a la vista de las dos partes. La sangre de Ciripo nunca será vengada y Hipodamio y sus hijos ya abandonaron Tebas dejando a un Layo que por más que luche contra su historia no podrá engañar al destino, es absurdo, un mar cayendo dentro de una gota. En tanto yo pareciera condenada a sumar muerte tras muerte, cuando en realidad yo misma estoy muerta por tener que cumplir con una venganza ajena. Mi vida desperdiciada en esta fuente, condenada a enfrentar a torpes peregrinos. Los tebanos me hacen blanco de todos sus males, cuando en realidad es su sangre donde habita la traición ¿Cómo no han adivinado todavía mis acertijos? Tan inflexivos, tan ignorantes! ¿Qué harán con sus vidas que no sea peor de lo que ya han hecho? Al menos el terror que les infundo los mantiene un poco vivos, claro que esta vida suya es ya mi propia agonía.

Ah, tebanos! Son incapaces de pensar que el tiempo ronda nuestras cabezas implacable y que día tras noche se acerca el momento de la verdad. Son incapaces de observar su propia fragilidad, de reconocer que los abandonos mas terribles que han cometidos son los contra los más débiles y los pagaran cuando lleguen a ser, justamente, ellos mismos los más débiles.

¡Oh, Tebas! Si en realidad te pudiera destruir sería mucho menos doloroso tu horizonte, pero aquí estoy presa de ser tu carcelera, presa de tener que llamarte al juicio peregrino tras peregrino.

¡Oh, Ciudad de las Siete Puertas! Derriba ya tus murallas de oprobio y soberbia, no eres más que un nido de angustiante traición y venganza.

Cada día de tu historia será un recuerdo para el corazón del hombre, para la justicia de tu raza. Sólo yo sabré la verdad y esta es que Hera fue si por tibia contigo cruel conmigo, a ti te ha perdonado la vida y te permite seguir falta tras falta y a mi, Oh Hera! Ya me has condenado, despiadada!

¿Tal vez, tu Hera, creas que por deforme no merezca vivir? Deforme a tus ojos, tal vez, no a los míos! Cruel eternamente a los ojos de los hombres, esclava de tu crueldad, en mi corazón soy hija de Dioses y tenida por bestia, mi llanto nocturno alimenta las aguas de la fuente. Dime padre Tifón ¿Debo soportar tanto suplicio? ¿No estaría mejor en el Ares? ¿Por qué abandonas a su suerte a tus hijos? Heme aquí desterrada del Olimpo ¿Es que por mis venas no corre icor? ¿Es que no e sido alimentada con néctar y ambrosia? ¿De que sirve la sabiduría, la inmortalidad, si debo vivir en medio de la mediocridad y el sufrimiento? Hay quienes creen que disfruto con mi destino, sus retinas sólo ven un monstruo en una fuente, incapaces de observar la realidad marchan a enfrentar su soberbia contra mi y se destruyen, pero si así no lo hicieran! Destruirían la ciudad que dicen amar! Destruirían las vidas de sus seres más queridos! Eso es lo único que mi impulsa a continuar… pero la ingratitud! La falta de ofrendas! Se merecen el peor de los castigos! Dejarlos finalmente librados a su propia fortuna.

¿Pero qué veo? ¿Y aquel peregrino? ¡Yo lo conozco! ¡Ese es Edipo, hijo de Yocasta! Un acertijo simple… un acertijo simple… ya se acerca…

- ¡Alto peregrino! ¡Responde! ¡Alto peregrino!


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Néstor Melano
2008 (c)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Girando sobre una mesa


No se, me siento como un estudiante de secundaria frente a un examen. Pero me duelen más los huesos y el pecho tomado por el tabaco, nunca creí que consideraría dejar de fumar seriamente, o será la humedad y el calor en pleno invierno? O será el calentamiento global y no mis treinta cigarrillos diarios? O será cualquier cosa lo que ocasiona esta tos y el silbido en medio del pecho al hacer el amor? No se. Ahora veo la taza sobre la mesa del café y le envidio la consistencia, su presente claro, su destino sin tos ni cáncer en los pulmones. ¿Cómo ser una taza? ¿Cómo desprenderme del más del ochenta por ciento acuoso de mi cuerpo y dejar la materia sólida necesaria para moldear una firme porcelana?

Comenzar por aquellos lugares que ya se inertes, mis serviciales de irrecuperable flexibilidad después de treinta años sentado frente a la computadora, mis pinzamientos de columna y mi incipiente artrosis en las manos. Ahora tensaré los músculos de las piernas y del brazo izquierdo (el derecho lo necesito todavía para escribir, será finalmente el asa, mi asa, el asa de la taza que seré para ser algo más importante que yo mismo). Tengo que tener cuidado porque voy tomando una postura casi fetal y poco parecida a una taza, debo reducir o aplacar el ritmo de mi respiración, nadie querrá una taza oscilante para su café. Tengo fiebre. Una oscilante taza fetal de café! No, hasta yo mismo me rechazaría. Encima la tos, tos, tos, tosa, tasa, taza... encima esta tos y la fiebre.

El salón se va poblando de gente y el mozo me mira desde la barra, el mozo no sabe que es lo que ve, debería pagarle antes de desaparecer en forma de taza, veo la preocupación y la indiferencia en su cara. ¿A quién le cobraré si este hombre se muere o se convierte en taza? ¿Que taza será la responsable de la cuenta de la taza de café? Señor, señor se siente bien (ahora sacude mi “brazosa” y se asusta por mi palidez... blanco taza). Pero las tazas no hablan y el mozo cree ser estafado, el mozo que ha convivido con miles de tazas no ha sabido distinguir entre una taza y una taza y una taza. ¿Señor se siente bien? Señor la cuenta! Señor no se tire sobre la mesa! Suelte la taza, señor! José ayudame a sacar a este vivo! Y las cosas que hacen para no pagar un café y lo bien vestido que está y quién lo diría y ya no se puede confiar, si si si, abrí la puerta.

Alguien sale por la puerta sin rumbo. Como girando sobre una mesa, tropezando con los parches de un mantel roto como una vieja ciudad.

La puerta que se cierra, veo al mozo y a José que vuelven a juntar la mesa. La bandeja está fría, esto no será bueno para mi tos, pero el vapor de la pileta me reconforta. Lastima que en el salón se fume tanto, ese humo nos va a matar a todos.

Néstor Melano.
(c)2008

Nos visitan desde

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