martes, 1 de septiembre de 2009

Nono ahorrativo


Cuentan que cuentan, que en el campo donde vivían mis abuelos, el “vecino rico” poseía una “radio capilla” que prendía al atardecer para escuchar una radionovela de terror cuyo libretista era (ni más ni menos que…) Narciso Ibáñez Menta (1912-2004); a la gala acudían unos pocos selectos que se sentaban reclinados frente al modernísimo aparato y compartiendo una botella de grapa, que pasaban de mano en mano y que seguramente habría destilado artesanalmente alguno de ellos, escuchaban sin hacer ruido el desarrollo de los acontecimientos. Recordaba mi abuelo cómo aparecían gestos de disgusto cuando algún perro callejero (o debería escribir campero) ladraba a la luna en medio de la reunión provocando la pérdida de alguna frase. En mi imaginación aparecieron las primeras figuras sombrías, mis primeros cucos, fruto de tales relatos. Un día, cuando ya había llegado a perder el miedo al cuco para hacerme de miedos a cosas más reales y cotidianas, le pregunté a mi abuelo: “Nono… porqué no subían el volumen de la radio para no perderse ninguna frase de las novelas?” El Nono sin dejar un momento que pudiera sembrar dudas me contesto:”No querido… la radio cuanto más fuerte, más electricidad gasta”.

miércoles, 21 de enero de 2009

Más allá de los cinco kilómetros


De pronto, caminito de hormigas, las palabras fueron apareciendo sobre el papel y terminó enviándole una carta. Trató de explicar lo mejor que permiten las palabras esta situación nueva, tuvo que plagarla de neologismos, onomatopeyas y frases del tipo “es como si fuera x pero no es x, más bien es y”. Terminó exactamente como esperaba no terminar. La culpa es mía… no suya… es mejor que suceda ahora.

La respuesta no se hizo esperar mas que lo que se hacen esperar las cartas que llegan vía aérea, en esos biplanos que arrojan los sacos con los sobres de correspondencia desde el aire, en los pueblos que no hay preparados, todavía, lugar para aterrizar. No me cabe duda que un día estos aparatos bajaran y subirán desde cualquier lugar de cualquier aldea y uno no tendrá más que acercarse a uno de ellos y apoyando inclusive una máquina de escribir sobre sus alas llenará un formulario o algo así que saldrá volando al instante para ser entregado, por monedas, al otro lado del mundo.

“No. Usted está equivocado, yo también soy culpable. Mabel”

Volví de mis sueños de alas de aviones con máquinas de escribir al tintero y garabateé oscuras luciérnagas sobre la blanca noche del papel.

“Necesito saber si está usted bien, si lo ocurrido, si es que ocurrió algo, no afecto en forma grave nuestra situación. Sea usted tan amable de contestarme, al menos unas pocas palabras. Gracias.”

“Yo también soy culpable. Mabel”

Ahora una araña, una araña gigante que teje y entreteje sobre los papeles y los sobres, sus patas trazan líneas de tinta azul perlé. Èl intenta mirar más allá de sus cinco kilómetros, eso sólo lo logra el corazón… ella se encuentra mucho más lejos, donde ya no hay latidos.

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Néstor Melano (c) 2009

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