jueves, 2 de septiembre de 2010

El problema de los coliflores

Cuando fuimos a buscar los pollos al gallinero que se encontraba en el fondo de a casa de la abuela, nos dimos cuenta de que algo no estaba del todo bien. Ese manchon rojo en el pasto, la ausencia total del trinar de los pájaros y ningún perro dando saltos a nuestro alrededor a la espera de algún hueso, ni siquiera de los veía cerca. Miré el cielo creyendo que en ese reflejo plomizo encontraría alguna señal no sé de que cosa, en realidad algo percibía en el aire, en el silencio, pero aún sin darme cuenta.

En este pueblo nadie cría aves de corral, ni siembra, el humo de las locomotoras deja una ceniza cargada carbón sobre la tierra. Piense sencillamente en cultivar coliflores en esas condiciones y vender en el barrio a un peso cada uno, la fama de los coliflores y la escasa habilidad de Cari para vender, hace imposible pedir mucho más por ellos. Por eso tan vez nadie se había dado cuenta de lo que estaba pasando, nadie había salido a ver los gallineros o a revisar los surcos de tomates, ni de coliflores caros. Nosotros percibimos el aire pesado y Cari no soportó el peso de la pala, no se si fue el peso o qué, pero la dejó a mitad de camino, entre el álamo más grande y el alambrado de la primera chanchera, cerca del Peugeot que hacía años ya no funciona.

El frío me picó con alfileres en las manos y la cara, entonces tomé la bufanda y la apreté fuerte contra el cuello y la nariz, creo que eso fue lo que me salvó, va, eso creo… me parece, vaya uno a saber realmente como se dan estas cosas, uno piensa en lo más reciente cuando en realidad por ahí viene de lejos, de una semana o más para atrás dicen algunos… pero tampoco es seguro, son habladurías.

El hecho es que íbamos caminando bajo la tormenta (que no era justamente una tormenta, era el cielo plomizo) y Cari había dejado la pala (cosa que no me había llamado la atención, Cari no es muy amigo de las palas, recién ahora lo pienso), recuerdo que pasamos junto a los surcos de los coliflores (no voy a sembrarlos más… ¿Quién quiere pagar más de un peso cada uno? No… no es negocio, tendremos que charlarlo y dedicarnos a otra cosa de una buena vez por todas) que están justo antes de llegar a los pollos, cerca del Peugeot, los pájaros no se hacían notar (generalmente los pájaros no cantan de noche) y los perros dormían, fue justo en ese momento cuando Cari estornudó –Me resfrié (digo Cari). Si (dije yo) mientras me preguntaba: ¿Qué mierda es esa mancha roja?

Los cordones de mis zapatos


Cuando me levanto muy temprano intento no hacer ruidos para que Alicia siga descansando, debo reconocer que en esto no soy muy efectivo ya que termina levantándose y preparando un café que casi nunca pruebo y que, sin embargo, ella insiste en dejar sobre mi mesa de luz, mientras yo termino de anudarme los cordones de los zapatos, con un nudo que aprendí de chico y que no es igual a los que comúnmente hace la gente; creo que si un día tuvieran que reconocer mi cadáver podrían hacerlo por el nudo de mis zapatos, eso, claro está, siempre que mi cadáver se encuentre con zapatos y estos a la vez se encuentren con los cordones atados y que sea necesario apelar a este artilugio para el reconocimiento de mi cadáver por haber muerto inconvenientemente sin mis documentos en las manos. Mis cordones podrán ser ignorados en el caso de una muerte tan discreta o en un estado tan prolijo que cuando los amigos y nuevos deudos se acerquen a mi féretro exclamen: “pero si está igual… quién diría que está muerto? Si yo justo ayer... etc., etc., etc.”.
Lo cierto, ahora, es que el pobre café se quedará olvidado y sólo, enfriándose ante la inadvertencia de quienes pasan a su orilla … justamente como si se tratase de un cadáver dejado sobre una mesa, que, aun en medio de los recuerdos y anécdotas de los deudos ya está siendo olvidado y va ganando, grado a grado, la soledad más absoluta de la que uno puede ser dueño, la soledad de la muerte, esa de la que me adueño tirado, ya de espaldas, sobre esta mesa, mientras veo pasar a los inadvertidos que, tomando sus tazas de café casi frío, caminan, o con cara de circunstancia, se paran desconsolados, o no, a mi lado.

martes, 6 de julio de 2010

Sábados de sol


- Si algún día llegase a tener dinero, sin tener la necesidad de salir corriendo a pagar deudas, completaría mi biblioteca personal con todos los libros que he leído prestados o en bibliotecas públicas. Por ahora me conformo con los pocos que voy acumulando gracias a libreros de usados y a los aaaamiiiigooos. Lo comento porque se acerca mi cumpleaños, no por otra cosa.
- ¡Si, viejo, pero es hora que te acuerdes para mi cumpleaños que quiero cambiar el auto hace ya algún tiempo (todos rieron)!

Hace poco, no sé bien la causa (creo que debido a un ataque mezcla de contabilidad y literatura) el número llegaba exactamente a muchos, pero como siempre, en contabilidad, el “haber” resulta poco.
Recuerdo que cuando estaba en esa tarea me resultaba difícil alcanzar los tomos de la colección de “Jorge Luis” (así lo llamo ya que lo tengo de amigo) sobre una silla, medio en puntas de pié y con los brazos estirados uno de ellos cayó de pronto entre mis dedos. Sí, esa fue la primera oportunidad.
Al principio resultó extraño, pero luego me acostumbré y realmente resulta cómodo. Basta mencionar a Fierro para que se pose sobre el escritorio el tomo encuadernado en cuero con ilustraciones de Castagnino, luego les enseñe a jugar a las adivinanzas y hoy basta decir por ejemplo: lunfardo, cueva, policías y tengo a “Memorias de un vigilante” girando alrededor. También juego a inventar y al principio se nota un sordo cuchicheo, hasta que se dan cuenta y es el tomo A de la colección de diccionarios el encargado de darme algunos golpecitos en la cabeza a modo de penitencia.
He notado además que han cambiado de posición y no respetan el orden lógico (a mi entender) dado en un principio. ¡Se sorprenderían de ver quienes conviven en el tercer anaquel sobre la punta derecha! O los que terminaron uno cerca de la ventana y el otro cerca de la pared opuesta!
Me encanta decir palabras como: hombre, justicia, verdad y observar como se empujan para ponerse delante de mí. Yo los conformo abriéndolos a todos y repasando algunas líneas de cada uno.
Los sábados de sol les digo: ¡Bueno chicos, a sacarse el polvo! y se llena la casa de aplausos de hojas, eso sí, a los estantes los tengo que repasar yo por más que les hable!

Nos visitan desde

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