Nunca me preocupó la idea de
“pasar a la posteridad”, no creo que tenga mucha importancia que dentro de cien
años alguna calle lleve mi nombre o una rotonda, en medio de la montaña, tenga
enclavada en estatua mía. Gesto augusto, los ojos perdidos en el horizonte, el
brazo en alto señalando el rumbo a las jóvenes generaciones. Toda una sanata.
Los jóvenes del futuro ignoraran toda la historia y vivirán sus días con una
actitud fundacional que los llevará al fracaso una y otra vez hasta que dejen
de ser jóvenes y entonces empiecen a reconocer al filósofo, al historiador y al
estadista que debieran haber entendido, cuando jóvenes, para no cometer, la
serie de troperías que cometieron, en
nombre del bien común y en beneficio del bien propio. Igual que
nosotros.
Cuando uno enferma de broncemia
los síntomas son devastadores, no tiembla el pulso al firmar el manifiesto más
prosaico, ni balbucea al contradecir lo principios y banderas sostenidas hasta
momentos atrás.
La broncemia ataca y deja un
tendal de amigos, familiares, amores y honores desparramados por el piso.
Estimo que la broncémia puede ser propia o ajena, es decir, a algún
desmadrugado le agarra un ataque y sale a repartir bustos y
estatuas de un conocido o pariente…
digamos de su padre y espera, a partir de esto, heredar las virtudes del mismo,
reformando dicha transferencia con el uso de la ropa del mismísimo difunto, que
seguramente no se ofenderá ni alegrará ya que no se enterará de nada, espero,
porque tendrá otras cosas mas interesantes que hacer en el más allá.
Lamentablemente la experiencia me enseña que los hijos de los grandes
estadistas terminan pareciendo grandes tontos a la luz de sus difuntos padres,
y alguno, incluso, ni siquiera necesitan de tal luz para lograr el contraste.
Chan. Chan.
Después de este tango, volvamos a
mi no preocupación anterior y cuando digo: “anterior”, no me refiero al párrafo
anterior, sino, a mi aptitud anterior, porque debo confesar, que después de ver
las obras de ciertos escultores, brotó en mi una rara preocupación respecto a
la fidelidad de los rasgos de los próceres a los que solemos dar loas en
reuniones y fiestas patrias… sea cual sea la patria del oyente (lector) y sea
cual sea el tipo de fiestas a las que suele concurrir.
-
“Si voy a pasar a la posteridad”, me dije, es preciso
que mi imagen sea fiel al original, no por inmortalizar mi belleza… (Léase esto
con tomo sarcástico), sino, por no gastar los dineros de los ajenos, en una
obra que para mi no tendrá ninguna importancia y encima, ninguna similitud.
Entiéndase entonces que ningún artista, que se empecine en inmortalizar mi
imagen, está autorizado a forzar simetrías, borrar marcas de nacimiento o
hacerme posar sobre un caballo alado con tres patas en el aire.
Me preocuparé, en los días
subsiguientes, en la paga de un artistas que pueda hacer una copia de mi persona,
para que dicha figura sea tomada como modelo para cualquier obra que no se
construya y con la única pose en la que seguramente me reconocerían mis amigos,
es decir, con una copa de vino en la mano. Es lamentable, que dicha obra nunca
verá la luz, salvo, que con el pasar del tiempo yo, como un rinoceronte errante
por la plaza, también me enferme y me crea un niño bien.
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