sábado, 13 de septiembre de 2008

11 y 11



11 y 11. El viento recorría la cubierta de proa a popa, detrás del barco la estela de desperdicios de pescados atraía los albatros y a unos zancudos que no sabía identificar a la distancia. Hacía frío y sus manos estaban duras a pesar de los guantes. Por estas latitudes el reflejo del sol, cuando la tormenta lo deja ver, se torna molesto y nunca deja llegar la promesa del calor. La tripulación iba y venia ocupada en las redes, los cestos y las sogas, él observaba desde lejos, no sólo me sentía ajeno a aquello, también lo era, su espíritu estaba ciertamente en otras extensiones, concentrado en otras penas.
Mientras trataba de coordinar los movimientos del barco con los de la marea, posó los ojos en el horizonte más allá de los toneles blancos y naranjas de los botes salvavidas (ojalá nunca sean necesarios pensó inconscientemente). El problema no es la distancia, es el tiempo, es el otro lugar.
Los hombres habían entrado ya en ese período de silencio que marca la rutina, ese silencio molesto que hace que cualquier diferencia sea disputa. El silencio ayuda a creer que no se está allí, que todo es un juego de la imaginación o del sueño y que en pocos momentos se escuchará la voz esperada que nos lleve a la vigilia y con ella al calor de seres queridos. Por esta razón el cerrar los ojos y abrirlos, cara al viento, esperando despertar.
Si el tiempo sigue así la pesca va a ser un fiasco y sin trabajo los muchachos... estos pensamientos lo volvieron al lugar, lo sacó del enésimo repaso, palabra por palabra, de la última discusión en tierra. Del análisis puntilloso de las palabras conocidas de cualquier idioma que pudieran dar una idea, aunque sea aproximada, de aquella angustia, de aquel dolor. Lo robó del estudio de un nuevo ideograma, mezcla de montaña, insulto y llanto, que pudiera describir esos sentimientos. El mar es como un vientre, un atanor donde se funden los metales más oscuros con las tierras más preciosas, el tiempo da lugar a la memoria y el olvido nunca llega. Pese a todo se mantenía desvelado, como un gallo que esperaba ser presentado en la peana para el sacrificio.
Miró la bitácora y creyó necesario hacer algunas anotaciones, no las de usanzas, otras... indicar los tonos del negro del cielo, del gris verdoso del mar, del gusto salado del viento y sobre todo del silencio, del silencio cuitado de los hombres de a bordo.
Otro sacudón le hizo desviar la mirada, el olaje era permanente, especuló sobre necesidad de un mascarón de proa que diera cuenta de las transformaciones reinantes, que sedujera a Nereidas y Sirenas, porque sus cantos serian menos peligrosos que aquella soledad sin rumbo, a prueba de sextantes y compases.
Bajó creyendo ir a su camarote pero terminó mirando los hombres en el comedor, rostros bronceados sobre las paredes blancas y amarillas. Las miradas en los platos humeantes de caldos y verduras. Las manos como en un ballet desordenado interrumpido por el corte de los trozos del pan. Algún murmullo sordo, indefinido, venía desde una dirección imprecisa, no supo si allí reina el sigilo o si la insonoridad era parte de él. Los miró uno por uno como queriendo recordar cada arruga de sus caras, cada tajo de sus labios partidos por la sal y el viento. Los vio y se vio, estudio sus penas que eran sus penas. Pensó en volver al puente pero en la cubierta se apoyo en la borda, miró la tormenta a los ojos y lloró.
--------
Néstor Melano
2008 (c)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir tus producciones, y nos seguiremos leyendo.
Elmarmemarea.

Nos visitan desde

Nos visitan desde