jueves, 18 de septiembre de 2008

Don Espada


Don Espada, ah! Si… claro. Si me parece estar viéndolo. Creo que ya por aquel entonces no quedaban muchos personajes de esa calaña. Siempre sentado sobre una banqueta mitad tronco, mitad cuero; aunque debo confesar que lo vi sólo una vez en mi vida, lo que hace, desde mi punto de vista un siempre rotundo. Bueno decía, fue para mi verlo y creer que si el Viejo Vizcacha no fuera un personaje de José Hernández, ese que se encontraba frente a mi era el mismísimo Viejo Vizcacha.
La razón de mi visita al “Destierro”, era conocer o reconocer a mi padrino que por aquellos tiempos ya se encontraba medio ciego y se movía poco de la estancia, según comentaban. Después de presenciar una parca charla entre el padrino y mi padre mi paciencia me llevó a recorrer el patio, piso de tierra, sombra fresca de parra que terminaba al sur en la piecita del Lalo y al norte en el molino. La casa daba la espalda al Este desde donde llegaban las tormentas y las pestes. Del interior de la casa no recuerdo mucho, no tengo nostalgia alguna ni del olor a pan en el horno, ni del dulce de leche casero, ni de la nata de la leche recién ordeñada con azúcar, nada de eso… las paredes del patio alguna vez fueron pintadas de marrón o de rosa y las ventanas de verde, eso me parece, el perfume era ese que trae el viento cargado de arena en las tardes de calor en el campo cuando uno debería estar durmiendo la siesta o habiéndose criado en la ciudad, haberse quedado en la ciudad por más Lalo que se mueva poco ahora y su poca visión, después de todo que tenía que ver yo? A si, claro… ya se, no me lo recuerde.
Debajo del molino, como parte del mismo, rodeado de perros, armando un cigarro, descubrí a Don Espada y sostengo que fue un descubrimiento, nadie lo mencionó, él tampoco se hacía notar y me acerqué con el miedo propio de un chico de diez años a un fantasma. - Así que vos eras él famoso, che? Me preguntó mientras echaba un perro flaco que olía sus pies. Yo no pude contestar nada, tercio porque no supe si lo de famoso era un halago o un insulto, tercio porque no sabía que contestar y tercio porque justo en ese momento pasó al paso un caballo llevando un peón que al grito de: Güena, Don Espada! Me informó del nombre de mi interlocutor y me quitó el alma del cuerpo al punto de ponerme blanco y tieso. - Ta´ que sos sonso, asustarte por un grito! Vení, vení, acercate, che. Y acomodó un tronco cerca del suyo a manera de invite.
Me deslumbró una cicatriz que naciendo por sobre el ojo izquierdo le atravesaba la ceja del derecho y bajaba por la mejilla hasta el cuello, el corte era prolijo, ciertamente no se trataba de un desgarro. Mi vista no se podía apartar de ella, se notaba que había sido cocida sin mucho cuidado y con hilo muy grueso, el más farragoso de los sufilados hubiera sido preferible, los puntos que sostuvieron la herida tomaban dos o tres centímetros, en forma irregular, a un lado y otro del corte, además no habiendo tenido mucho pericia tampoco coincidían exactamente los lados del corte de su posición original dando la impresión de una camisa mal pinzada (no se si los detalles son claros, pero los años pasado al lado de mi madre, escuchando las conversaciones con mi tía, ambas modistas, me impiden definir lo visto de otra forma).
- De mozo, resulté muy buscado por las mujeres, no se bien porque, siempre fui feo y medio mal llevado. El asunto es que esto no me hizo muy querido por todos y siempre aparecía algún salame pensando que ganaba algo si yo perdía un poco. Así aprendí a usar el cuchillo, por pura necesidad y para sacarme los borrachos que no se resignaban de su suerte o de la mía. Un día llegó al rancho un tal Pedro, al que le había dado unos puntazos en un boliche unos meses atrás y pensé que mi buena estrella se había acabado, ¡Este se trae un chumbo!, me dije, pero no. El hombre se acerco y sin sacarse el sombrero ni bajarse del caballo, me dijo: Elisondo! (No le digas a nadie, pero ese en mi verdadero nombre) Te traje un regalo, yo me voy del pueblo y te quiero dejar esto para que no te olvides de mi. El cristiano tiró al piso un atado de trapos y salió al paso, yo me quedé mirándolo ir… armé un cigarro mientras pensaba que sería eso que me traía el pobre antes de irse. El atado era fino y largo, atado con unas lonjas de cuero y adentro tenía un facón.
No había sido un gran enriedo, yo le había bailado la chinita sin saber nada de las guampas del pobrecito y el pavo medio chupado me arremetió como una locomotora. Casi ni vi al principio el cuchillo, pero nadie se envuelve el brazo con el poncho para agarrarte a golpe de rebenque. Lo mío fue un esquive y bueno… tres puntazos en el lomo, cortos, rápidos, creí que poco profundos, como para que se deje de hinchar no más, no sea cosa que suceda una disgracia.
Lindo el regalo, la hoja como de quince pulgadas. El fierro lo habían sacado de algún sable roto del ejercito, según un pedazo de leyenda que el herrero no había borrado, creo que apropósito para darse gala. La cruz en u invertida, del mismo acero. El cabo y la funda, con una filigranas en alpaca, unos arreglos de plata y unas piedritas rojas, seguro que lo había robado a alguno pensé y me meto en un lío. Mejor lo consulto al Cervino en la comisería. Pero no, - No ché, que yo sepa… nadie tiene uno así. ¿Y porqué decís que te lo regalo? Uno nunca tiene que decir todo lo que sabe para no pasar por estúpido pensé y me volví pal rancho.
El sábado salí bien empilchado, justo antes de subir al moro me acordé del regalo y me dije que era lindo, que no iba a mencionar de donde venía.

 – Es un regalo de un viejo amigo, les digo sólo eso y ténganse por bastante informados.

Días después me estaba tomado la última grapa cuando me puse de pié pa irme y sentí el grito a pocos pasos:

 – Elisondo! – Era el Pedro, el mismo poncho, el mismo arrebato y un mar de sangre me tapó los ojos.

Cervino, hizo lo que pudo y gracias a él me acomodó la cara un poco, según el médico que vino unos días después me salvó la vida.

- Tenía un puñal, Elisondo, un puñal cortito con botón redondo, mango de alpaca.
Lo dejó tirado antes de salir al galope.

- Los buscamos unos días pero no lo encontramos Elisondo, creeme que lo buscamos ( ripetia el Cervino como pidiéndome perdón).

- Disgraciado, ni alcancé a desenvainar.

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Néstor Melano
(c)2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

Flor de Cuchillito!!!!!! Me gustó
Luis

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